Se puede definir un tsunami de manera simple como un terremoto entre las placas tectónicas sobre las cuales está el océano. Ese temblor de tierras en el suelo del mar provoca una agitación inmensa de las aguas, resultando en ondas que llegan de manera violenta y desordenada a la costa. Las consecuencias son terribles, como fue posible observar en Asia en 2004, con alrededor de 200.000 muertos y desaparecidos y, ahora, en Oceanía con por lo menos una centena de muertos y un número indeterminado de desaparecidos.
En algunos países como España las posibilidades de un tsunami son poco probables. Todos los registros de temblor o movimiento de los bordes de las placas llegan al continente de forma muy débil, lo que elimina cualquier riesgo. Algunas especulaciones sugieren que un evento volcánico en las Islas Canarias españolas podría provocar un tsunami, aunque ciertamente es una mera hipótesis teórica no confirmada por los científicos.
Las placas que cubren el planeta se mueven a velocidades diferentes. Las de mayor velocidad se encuentran en Asia y Oceanía siendo una velocidad mucho menor en otros continentes. Durante años, las placas del océano Atlántico sufrieron una separación de 2 centímetros, mientras que en las regiones anteriormente mencionadas fue de 8 centímetros. Por este motivo, la ocurrencia de eventos agresivos de esa magnitud es superior en determinados lugares del planeta.
Los tsunamis son olas gigantes con concentración de alta energía que se desarrollan en los océanos. Son provocados por un gran desplazamiento de agua que se produce después de un movimiento de las placas tectónicas debajo de los océanos.
En la actualidad, varios países cuentan con equipos capaces de identificar la formación y propagación de los tsunamis. Con estos tipos de datos, los gobiernos pueden adoptar planes para trasladar a las poblaciones de zonas de alto riesgo a lugares más seguros.