La Revolución Industrial fue el sello distintivo de una nueva era en la que se sustituye trabajo humano por máquinas, una época histórica que marcaría el progreso social y económico mundial. Hubo dos nuevas clases sociales: la burguesía y el proletariado. Fue un movimiento que tiene influencias de la Ilustración, pues se mantuvo a favor del liberalismo político y económico.
La Revolución Industrial comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII, en Inglaterra. Los elementos que son indispensables para que cualquier país cree una revolución son el capital y el trabajo.
Inglaterra logró el capital a través de la revolución comercial (rutas comerciales, navegaciones continentales, posibilidades de intercambio) promoviendo la acumulación de dinero. El país logra mano de obra por gran parte de su éxodo rural provocado por el cierre de los campos. En consecuencia, los campesinos fueron expulsados de sus tierras, siendo forzados a encaminarse a las grandes ciudades donde trabajar para las industrias de reciente creación; además, los artesanos no lograron competir con las industrias y su capacidad productiva. Así fue como Inglaterra establecería el trabajo asalariado.
El comerciante se enriqueció por la desvaloración de la mano de obra. Digamos que, para trabajar una jornada de ocho horas diarias, el operario recibía una cierta cantidad de dinero y que, durante ese tiempo, producía una cantidad dos veces mayor de dinero en forma de mercancías. Entonces, una parte de su tiempo de trabajo era pagada. La restante era libre para el capitalista. Esta forma de explotación de los trabajadores se conoce como valor añadido o valor agregado.
La Revolución Industrial fue la puerta de entrada al sistema capitalista, pero con esta nueva forma de pensar, surgió el tema de la desigualdad social, que aún se atraviesa en la actualidad con las crisis mundiales y la existencia de regiones afectadas por las colonias del pasado (África y Asia).