‘Oye, ¿conoces a Alberto? ¿Qué Alberto? ¿Alberto Rodríguez, Ruiz o Roca?’. Sin duda, muchas personas ya tuvieron diálogos similares ante nombres comunes. Sin embargo, no creamos que los apellidos siempre estuvieron ahí para marcar diferenciaciones, disponibles en su función para distinguir a personas que tuviesen el mismo nombre o revelando el árbol genealógico de los individuos.
Hasta alrededor del siglo XII, los europeos tenían la costumbre de dar apenas un nombre a sus descendientes. En esa época, tal vez por el propio aislamiento de la sociedad feudal, las personas no tenían la preocupación o necesidad de acuñar otro nombre o sobrenombre para distinguir a un individuo de los demás. Sine mbargo, en la medida en que las sociedades crecieron, la posibilidad de conocer personas con un mismo nombre podría causar mucha confusión. Imaginemos apenas un ejemplo: ¿Cómo podría pasarse una propiedad a un heredero sin que su descendencia fuese comprobada? ¿Cómo enviar un mensaje o mercancía a alguien que tuviésemos a varias hectáreas de distancias?
Ciertamente, los apellidos vendrían a resolver esa y otras cuestiones. No obstante, no podemos encontrar una regla o criterio ampliamente divulgado para que las personas adoptasen los apellidos. En muchos casos, vemos que un apellido podría ser originado a través de cuestiones de naturaleza geográfica. En ese caso, ‘Alberto Roca’ podría tener su apellido creado originalmente por el hecho de vivir en una región llena de piedras o vivir próximo a un lugar rocoso. En la medida en que el sujeto era llamado por los otros de esa forma, el apellido acabó sirviendo para que sus herederos fuesen distinguidos por medio de esa situación, naturalmente construida.
Otros estudiosos del asunto también consideran que algunos apellidos aparecieron por cuenta de la fama de un único sujeto. Apellidos específicos fueron creados a partir de alguien que tuviese justamente alguna cualidad relacionada a esos adjetivos. De forma semejante, otros apellidos fueron acuñados debido a la profesión seguida por una misma familia. ‘Bookman’ (librero) y ‘Schumacher’ (zapatero) son apellidos que ilustran bien ese tipo de situación.
Cuando alguien no tenía fama por algo o no se distinguía por una razón cualquiera, su apellidos era creado de forma sencilla por el simple hecho de ser el hijo de alguien. En Europa, esa costumbre se volvió bastante común y pueden ser vistos algunos apellidos como MacAlister (hijo de Alister), Johansson (hijo de Johan) o Petersen (hijo de Peter). En el caso del castellano, ese mismo hábito puede ser detectado en apellidos como Rodríguez (hijo de Rodrigo) o Fernández (hijo de Fernando).
Hoy en día, algunas personas tienen el interés de remontar su árbol genealógico o conocer los orígenes de la familia que le dio su apellido. Tal vez, observando algunas características del propio apellido en sí, ellas puedan descubrir un poco de la historia que se esconde detrás del mismo. A fin de cuentas, lo importante es saber que la ausencia de esos ‘auxiliares’ nos harían uno más entre los demás.