El ascenso del absolutismo en Europa hizo que nuevos pensadores vinieran a reflexionar sobre esta nueva experiencia política. En general, ellos trataron de justificar el poder absoluto del rey con la Constitución de las teorías filosóficas a favor del interés que la nobleza y la burguesía tenían en legitimar el gran poder de intervención concedido a la autoridad monárquica. Ese proceso de elaboración de teorías terminó estableciendo nuevas perspectivas sobre el Estado, la política, el poder y la nación.
Uno de los primeros en formular ideas en ese sentido fue el pensador italiano Niccolo Machiavelli (1469-1527). Durante el período en que vivía, Maquiavelo observa cuidadosamente las diversas disputas políticas provocadas entre los diversos reinos diseminados en Italia. Observando la inestabilidad generada por los recurrentes conflictos entre estos reinos, el teórico florentino comenzó a pensar en cómo podría ser posible el rey permaneciera en el poder en medio de las distintas adversidades.
De esta preocupación concibió una de sus obras más importantes, El Príncipe (1513) uno de sus trabajos políticos más destacados. En medio de sus reflexiones, Maquiavelo estableció el trabajo con los conceptos de virtud y fortuna. El primero fue con respecto a la capacidad del gobernante en la elección de las mejores estrategias para el fortalecimiento de su poder. La fortuna, la suerte, se dirigía a las contingencias que supuestamente podrían limitar el poder de la acción del rey.
Para Maquiavelo, el hábil gobernante debía balancear la virtud y la fortuna para así poder garantizar sus intereses. Sin embargo, para que ese equilibrio fuera posible, el pensador sugiere que los valores morales impuestos por la fe y por la sociedad no podrían restringir la acción del rey. Con ello, Nicolás Maquiavelo promovió la cisión entre Moral y Política tejiendo su célebre frase donde pregonaba que el fin justifica los medios.
Esta propuesta del pensamiento maquiavélico tuvo gran influencia de valores individualistas que comenzó a ganar espacio en la imaginación europea. Tal vez por eso, Niccolo Machiavelli hizo un punto para enfatizar que el rey siempre estaría a merced de enemigos egoístas interesados en destituirlo de su cargo. Sin embargo, esta cuestión no podría convertirlo en un tirano. El buen rey debía detener a sus traidores desde que no fuese odiado al punto de incitar una gran revuelta contra sí mismo.
Desde entonces, Maquiavelo hizo hincapié en que la planificación y la estrategia son elementos indispensables para la preservación del estado absolutista. Al mismo tiempo, siendo un hombre fuertemente marcado por los valores del Renacimiento, Maquiavelo no admitió ninguna justificación religiosa para explicar el poder real. Con eso, el pensador italiano descolló por las acciones individuales sobre fuentes de explicación de las instituciones políticas de su época.