Antes de tener un niño difícilmente se tiene la noción de las exigencias inherentes al desempeño del papel de la madre. Los primeros meses exigen una disponibilidad de 24 horas diarias y por eso son extremadamente desgastantes. Los bebés de los sueños comen y duermen; los bebés reales, además de comer y dormir, tienen dolores, lloran y exigen cuidados, mimos y atención, día y noche. Las noches mal dormidas se acumulan y la paciencia se hace más reducida a medida que los días pasan. No existe una noche en la que se pueda dormir por siete horas seguidas. Al dificultar el equilibrio, las hormonas andan dando saltos, potenciando estados de euforia y, al mismo tiempo, de profunda tristeza. El espejo nos traiciona y la ropa antigua también. Ambos insisten en mostrar aquello que nos negamos a ver. La báscula, nos muestra otra realidad postparto. De repente, se hace urgente reorganizar las emociones y trabajar el cuerpo y la mente, sin embargo, toda esta urgencia se hace difícil de atender por la falta de tiempo.
La maternidad implica de hecho numerosos cambios a nivel físico, psicológico y social y coloca a la madre frente a nuevos desafíos para los cuales podrá no estar suficientemente preparada, particularmente en lo que se refiere a la vida conyugal, sexual y familiar, una vez que el nacimiento de un hijo conduce a una nueva adaptación de la pareja, a la renegociación de los papeles y a la creación de espacios para la integración del nuevo elemento.
Todos los requisitos y cambios de vida asociados con el puerperio – periodo de 6 a 8 semanas que sigue al parto – causan que no todas las mujeres experimenten las primeras experiencias de la maternidad de color rosa. Para muchas, la experiencia de ser madre es marcada por la vivencia de serias dificultades psicológicas, lejos de una situación positiva en todos los niveles.
Efectivamente, la incidencia de perturbaciones psicopatológicas es mayor después del nacimiento de un hijo en comparación con otros momentos de la vida de una mujer. Curiosamente este malestar psicológico ocurre a menudo en mujeres sin problemas psiquiátricos previos, siendo que la tasa de admisión en hospitales psiquiátricos aumentó durante los primeros meses del puerperio más que en otros momentos de la vida de la mujer. Estudios realizados por Michael W. O’hara y Annette M. Swain (1996) permitieron observar que el 13% de las mujeres durante el puerperio sufren de depresión posparto. Este porcentaje aumenta hasta un 50% cuando los estudios se centran en las muestras de alto riesgo, es decir, cuando la muestra se compone esencialmente de madres adolescentes o mujeres que viven en contextos sociales desfavorecidos.
Las mujeres que tienen dificultad para establecer una relación positiva con el bebé debido al hecho de este presentar temperamento difícil o irritable, comportamiento negativo o problemas de salud sufren también de elevado riesgo de depresión posparto. La existencia de redes sociales de apoyo poco consistentes, dificultad de relacionamiento conyugal o vivencia de situaciones de gran adversidad social son también factores de riesgo que podrían potenciar la aparición de este tipo de disturbio.
Ante todo lo que se ha dicho, en el caso del nacimiento de un hijo ser acompañado de sintomatología depresiva, no debe culparse a nadie, pues muchas mujeres atraviesan por un estado semejante, no guardando relación con el afecto y cariño por el bebé. Si se siente que algo va mal consigo misma se aconseja buscar ayuda. Rechace integrar el grupo del 50% de madres con depresión posparto que se niegan a recibir cualquier ayuda psicológica o psiquiátrica.