El espacio geográfico resulta de la actuación del hombre (con sus técnicas desarrolladas a lo largo de la historia) sobre el medio natural. Por tanto, el espacio geográfico refleja la evolución de la sociedad, que dejó marcas visibles sobre la naturaleza, como carreteras, ciudades, edificios, vertederos y puentes. Las primeras sociedades organizadas vivían en gran armonía con la naturaleza. Sus técnicas, así como sus herramientas e instrumentos, eran accesibles a todos los individuos. Dejar la tierra descansar para recuperar nutrientes, la rotación de cultivos (plantar diferentes alimentos de forma alternada) y la agricultura itinerante eran formas de actuación que permitían preservar la naturaleza y, consecuentemente, reutilizarla indefinidamente, atendiendo a los intereses de los miembros de esa sociedades.
Con la evolución de las técnicas (instrumentos, equipos y máquinas), surgieron formas de acumulación de riqueza (desde tierra hasta metales preciosos y mercancías) que propiciaron la aparición de sociedades más complejas, basadas en relaciones político-económicas que colocaban en juego numerosos intereses y, por tanto, generaban grandes choques. Guerras y confrontaciones claramente declaradas por cuestiones económicas pasaron a ser muy comunes. Un ejemplo relevante acerca de la importancia de la tierra fue el periodo del feudalismo en Europa, un tiempo histórico denominado Edad Media. El poder sobre la tierra representó el principal factor de diferenciación entre los miembros de la sociedad. La naturaleza y el territorio contribuían así para el establecimiento de un poder ejercido por el propietario de la tierra, el señor. Los siervos, a su vez, eran aquellos que no tenían la posesión de parte de la naturaleza o del territorio. Durante todo ese periodo, la propiedad de la tierra era condición para el control del espacio geográfico y, por tanto, para el ejercicio del poder.