Durante millones de años, los paisajes terrestres fueron apenas naturales, resultantes de la interacción de numerosos elementos que dieron origen a los componentes de la naturaleza, como el relieve, el clima y la vegetación. El desarrollo de la vegetación, por ejemplo, fue determinado, sobre todo, por las condiciones climáticas. De ese modo, en las regiones más frías, los vegetales se adaptaron a la escasez de agua y a la débil luminosidad. Por eso, en esas regiones, ocurre una menor variedad de especies vegetales, generalmente poco exuberantes desde el punto de vista visual, pero con funciones vitales para el mantenimiento del equilibrio ambiental.
En las regiones más cálidas, la intensa luminosidad, combinada con la disponibilidad de agua líquida, permitió que surgiesen especies más exuberantes a los ojos del ser humano. Es común, en esas regiones, encontrarnos grandes bosques, compuestos por una infinidad de especies diferentes.
Con la evolución del planeta, estas formaciones vegetales fueron adaptándose a numerosas transformaciones naturales. Después de la aparición del hombre, el propio ser humano comenzó a modificar los paisajes terrestres.