Es difícil precisar cuándo y dónde comenzó la historia del vino. En realidad, bastaba la cultura de la uva, su recolecta y posterior conservación en un vaso apropiado para que hubiese la posibilidad de obtener su esencia. Estudios arqueológicos han indicado la existencia de una cantidad razonable de semillas de uva como una indicación de la presencia de la producción de vino, incluso en su etapa más rudimentaria.
Varios hallazgos en lo que se considera la primera ciudad humana, Catal Hüyük, así como en Turquía, en Damasco, Siria, Byblos, Líbano y Jordania muestran que en la Edad de Piedra era posible encontrar las semillas de la vid. La más antigua se encuentra en el pueblo de Georgia, Rusia, del 7000-5000 a.C. Este árbol también se cultivó en Irán, antes Persia, y en el sur de Mesopotamia, actual Irak. Existe la posibilidad de que los fenicios hubieran extendido por toda Europa las especies que dan lugar a las uvas blancas.
Los viñedos también llegarían a Egipto, a través del río Nilo, y muchas otras formas. Hay algunos mitos sobre el vino que implican los relatos bíblicos. Los registros del Antiguo Testamento en el Génesis señalan que Noé trajo en su arca, semilla de uva, plantándolas tras llegar a tierra firme. De ella habría cogido los frutos, elaborado el vino y con él embriagado. Otros pueblos presentan narrativas similares sobre la producción vinícola. Ciertamente la mitología griega es la que presenta más claramente la historia del vino, asociándola al dios Dionisos, conocido como Baco, que dominó la técnica de producción de esta bebida, siendo así responsable de la viticultura y la elaboración de su jugo.
Las fiestas populares de Dionisos, que se celebraron en Atenas, festejaban el diluvio. En esta versión, el diluvio era enviado por Zeus, de manera que habría castigado al hombre por sus pecados. Un superviviente de los hijos de la pareja, Orestheus, habría sembrado la primera vid; su hermano, Anfictión, era muy amigo de Dioniso y habría transmitido los misterios del vino. Entre los griegos, el vino seguía siendo de color oscuro, de ahí la costumbre de ingerir esta bebida mezclada con agua. Beberla pura fue un acto reprobable considerado un acto libertino. En esta etapa, el vino todavía era preservado en interacción con la atmósfera, pues era almacenado en barriles en una botella hecha de piel de cabra o viejos recipientes de arcilla, tapados apenas con aceite o con un paño empapado en grasa.
Aunque varias evidencias indican que el vino puede tener su origen en el sur de Asia, los japoneses, los chinos y algunas personas musulmanas renunciaron a su práctica, sea bien por factores sociales o bien por factores religiosos. Por otra parte, ha alcanzado su punto máximo en Grecia y entre los romanos que extendieron su cultura por todo el imperio. De allí se irradiaría por Europa hasta las zonas más remotas donde hubiese el suelo propicio y el clima adecuado.
En la época medieval, su formación y la calidad del contenido se redujeron, volviéndose un monopolio de la Iglesia para fines eclesiásticos. Miembros del clero y soberanos fueron los responsables de su renacimiento, principalmente desde el siglo XII, con el crecimiento del mercado que absorbía la producción de vino. Las producciones más populares nacieron en los márgenes de ríos como el Rin, el Loira y el Garona, porque así era más fácil para el transporte de los productos.
A finales del siglo XVII, el creador del champagne, D. Pierre Pérignon, de la abadía de Hautvillers, innovó al crear las botellas y las tapas adecuadas para proteger el vino. En 1775 se descubrió por casualidad que las uvas podridas que se encuentran en los árboles eran responsables de un sabor dulce único, así como un aroma único. Con la llegada de los españoles en el Nuevo Mundo, durante los siglos XVI y XVII, los viñedos encontraron otro punto de expansión en el sur del continente americano. Los siglos XIX y XX trajeron el papel de productores de vinos a nuevos países, que estaban posicionándose con los productores ya establecidos.