En el Leviatán (1651), el filósofo inglés Thomas Hobbes atribuye la mayor relevancia a la sociedad organizada y al poder político. Afirma que la vida humana en el ‘estado de naturaleza’ (independiente de o anterior a, la fundación del estado civil) es ‘solitaria, indigente, sucia, agitada y corta’ y que es ‘una guerra de todos contra todos’. En consecuencia, la gente busca seguridad interviniendo en un contrato social en el que el poder exclusivo de cada persona se cede a un soberano que, a su vez, regula la conducta.
Esta postura conservadora en política asume que los seres humanos son malos y precisan un Estado fuerte para reprimirlos. Sin embargo, Hobbes aseguraba que si un soberano no da seguridad y orden y es derrocado por sus súbditos, la sociedad regresa al estado de naturaleza y puede comprometerse en un nuevo contrato. La doctrina de Hobbes relativa al estado y al contrato social marcó el pensamiento del filósofo inglés John Locke. En sus dos Tratados sobre el gobierno civil (1690) Locke propugnaba, sin embargo, que el fin del contrato social es limitar el poder definitivo de la autoridad y, como contrapeso, favorecer la libertad individual.
La razón humana es el criterio para una conducta recta en el modelo preparado por el filósofo holandés Baruch Spinoza. En su obra más relevante, Ética (1677), Spinoza aseguraba que la ética se deduce de la psicología y la psicología de la metafísica. Sostenía que todas las cosas son neutras en el orden moral desde el punto de vista de la infinitud; sólo las necesidades e intereses humanos indican lo que se juzga bueno o malo, el bien y el mal. Todo lo que contribuye al conocimiento de la naturaleza del ser humano o se halla en consonancia con la razón humana está prefigurado como bueno. Por ello, cabe suponer que todo lo que la gente tiene en común es lo mejor para cada uno, lo bueno que la gente busca para los demás es lo bueno que anhela para sí misma. Asimismo, la razón es necesaria para reparar las pasiones y alcanzar el placer y la felicidad evitando el sufrimiento. El estado humano más elevado, conforme Spinoza, es el ‘amor intelectual de Dios’ que viene dado por el conocimiento intuitivo, una facultad mayor que la razón ordinaria. Con el uso adecuado de esta propiedad, una persona puede observar la totalidad del universo mental y físico y considerar que éste engloba una sustancia infinita que Spinoza denomina Dios sin disociarlo del mundo.
1. Las leyes de Newton
La mayoría de los grandes hallazgos científicos han afectado a la ética. Los hallazgos de Isaac Newton, el filósofo científico inglés del siglo XVII, posibilitaron uno de los primeros y más claros ejemplos de esta influencia. Las leyes de Newton se juzgaron como prueba de un orden divino racional. La opinión contemporánea en relación fue expresada por el poeta inglés Alexander Pope en el verso ‘Dios comentó: ¡dejad en paz a Newton!, y se hizo la luz’. Los hallazgos e hipótesis de Newton hicieron que los filósofos tuvieran confianza en un modelo ético tan racional y organizado como se suponía que era la naturaleza.
2. Filosofías éticas previos al darwinismo
A lo largo del siglo XVIII, los filósofos británicos David Hume, en Ensayos morales y políticos (1741-1742), y Adam Smith, autor de la teoría financiera del laissez-faire, en su Teoría de los sentimientos morales (1759), formularon modelos éticos del mismo modo subjetivos. Identificaron lo bueno con aquello que produce sentimientos de complacencia y lo malo con lo que genera dolor. Según Hume y Smith, las ideas de moral e interés público generan sentimientos de cordialidad entre personas que tienden las unas hacia las otras incluso en el momento en que no están unidas por vínculos de parentesco u otros vínculos directos.
El filósofo y novelista francés Jean-Jacques Rousseau, en su Contrato social (1762), aceptó la teoría de Hobbes de una sociedad regida por las cláusulas de un contrato social. En su obra literaria en prosa Emilio o De la educación (1762) y en otras obras, sin embargo, atribuía el mal ético a las inadaptaciones sociales y mantuvo que los humanos eran buenos por naturaleza. El anarquista, filósofo, novelista y economista político británico William Godwin llevó esta convicción hasta su extremo lógico en su Ensayo sobre la justicia política (1793), que negaba todas las fundaciones sociales, incluidas las del Estado, sobre la base de que su simple existencia constituye la fuente del mal.
Una mayor aportación a la ética fue hecha a finales del siglo XVIII por el filósofo alemán Immanuel Kant en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785). Según Kant, no importa con cuánta inteligencia actúe el individuo, los resultados de las acciones humanas están sujetos a accidentes y circunstancias; por lo tanto, la moralidad de un acto no tiene que ser juzgada por sus secuelas sino sólo por su motivación ética. Sólo en la tentativa radica lo bueno, ya que es la que hace que una persona obre, no a partir de la inclinación, sino desde la obligación, que está basada en un principio general que es el bien en sí mismo. Como principio moral último, Kant volvió a proponer el término medio en una forma lógica: ‘Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser erigida, por tu intención, en ley universal de la naturaleza’. Esta norma es denominada imperativo categórico, porque es general y a la vez encierra un mandato. Kant insistió en que uno ha de procurar a los demás como si fueran ‘en cada caso un fin, y jamás sólo un medio’.
3. Utilitarismo
La doctrina ética y política conocida como utilitarismo fue formulada por el británico Jeremy Bentham hacia finales del siglo XVIII y más tarde comentada por el igualmente filósofo y británico James Mill y su hijo John Stuart Mill. En su Introducción a los fundamentos de la moral y la legislación (1789), Bentham describió el principio de utilidad como el medio para contribuir al incremento de la felicidad de la sociedad. Creía que todas las acciones humanas están motivadas por un anhelo de alcanzar placer y prevenir el sufrimiento. Al ser el utilitarismo un hedonismo universal, y no un hedonismo egoísta como podría representarse el epicureísmo, su bien más elevado consiste en alcanzar la mayor felicidad para el mayor número de personas.
4. Ética hegeliana
En La filosofía del Derecho (1821), el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel aceptó el imperativo categórico de Kant, sin embargo lo enmarcó en una teoría universal evolutiva donde toda la historia está observada como una serie de fases encaminadas a la manifestación de una realidad fundamental que es tanto espiritual como racional. La moral, conforme Hegel, no es el resultado de un contrato social, sino un crecimiento natural que surge en la familia y termina, en un ámbito histórico y político, en el Estado prusiano de su tiempo. ‘La historia del mundo, escribió, es disciplinar la voluntad natural incontrolada, llevarla a la obediencia de un principio universal y abastecer una libertad subjetiva’.
El filósofo y teólogo danés Søren Kierkegaard reaccionó con fuerza en contra del modelo de Hegel. En O lo Uno o lo Otro (1843), Kierkegaard señaló su mayor preocupación ética, el conflicto de la elección. Creía que modelos filosóficos como el de Hegel ocultan este conflicto crucial al presentarlo como un tema objetivo con una solución universal, en vez de un tema subjetivo al que cada persona tiene que hacer frente de manera individual. La propia elección de Kierkegaard fue vivir sometido a la ética cristiana. Su énfasis en la necesidad de la elección tuvo influencia en algunos filósofos asociados con el movimiento conocido como existencialismo (corriente filosófica), tanto como con algunos filósofos críticos, cristianos y judíos.
5. Ética a partir de Darwin
El desarrollo científico que más afectó a la ética más tarde de Newton fue la teoría de la evolución presentada por Charles Darwin. Los hallazgos de Darwin dieron soporte documental al modelo, algunas veces designado ética evolutiva, término aportado por el filósofo británico Herbert Spencer, conforme el cual la moral es sólo el resultado de algunos hábitos adquiridos por la humanidad a lo largo de la evolución. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche dio una razón sorprendente aunque lógica de la proposición darwinista sobre que la selección natural es una ley básica de la naturaleza. Según Nietzsche, la llamada conducta moral es necesaria tan sólo para el débil. La conducta moral —en específico la defendida por el judeocristianismo, que conforme él es una doctrina esclava— tiende a permitir que el débil impida la autorrealización del fuerte. Según Nietzsche, toda acción tendría que estar orientada al desarrollo del individuo superior, su célebre Übermensch (‘superhombre’), que será capaz de realizar y cumplir las más nobles posibilidades de existencia. Nietzsche encontró que este ser ideal quedaba ejemplificado en los filósofos griegos clásicos previos a Platón y en jefes militares como Julio César y Napoleón.
En disconformidad al concepto de lucha despiadada e inacabable como fundamento de la ley rectora de la naturaleza, el anarquista y filósofo ruso Piotr Alexéievich Kropotkin, entre otros, presentó estudios de conducta animal en la naturaleza demostrando que existía la ayuda mutua. Kropotkin aseguró que la supervivencia de las especies se preserva a través de la ayuda mutua y que los humanos han conseguido la primacía entre los animales a lo largo de la evolución de las especies mediante su aptitud para la asociación y la cooperación. Kropotkin expuso sus ideas en una serie de oficios, entre ellos Ayuda mutua, un factor en la evolución (1890-1902) y Ética, naturaleza y desarrollo (publicado más tarde de su fallecimiento en 1924). En la convicción de que los gobiernos se basan en la fuerza y que si son borrados el instinto de cooperación de la gente llevaría de manera natural hacia la implantación natural de un orden cooperativo, Kropotkin defendió el anarquismo.
Los antropólogos han aplicado los fundamentos evolutivos al estudio de las sociedades y las culturas humanas. Estos análisis han vuelto a recalcar los diferentes conceptos del bien y del mal planteados por diferentes sociedades; por lo tanto, se creía que la mayoría de esos conceptos tenía un valor más relativo que universal. De entre los conceptos éticos inspirados en un enfoque antropológico resaltan los del antropólogo finlandés Edvard A. Westermarck en Relatividad ética (1932).