El crítico y dramaturgo alemán Gotthold Ephraim Lessing fue uno de los primero en recomendar a los británicos que tomasen a William Shakespeare (1564-1616) – cuya obra data del siglo XVI y tipifica el derecho del artista creativo de inventar sus propias formas y superar cualquier canon estético o técnico – como modelo para una literatura nacional. La obra shakespeariana influyó a los románticos de todas las nacionalidades. Aunque no negasen el peligro de la libertad excesiva, los románticos no pretendían una fórmula de éxito, sino que valoraban la explotación, la invención y la multiplicidad de las emociones y verdades que llevarían a la revitalización de una cultura decadente. El dramaturgo inglés representaba también la posibilidad de romper la hegemonía de la tragedia francesa en Europa y, con ella, la tiranía cultural ejercida por Francia.
La literatura romántica británica se pronunció en la novela gótica, inciada con el famoso The Castle of Otranto (176; El castillo de Otranto), de Horace Walpole. Las reconstrucciones de ambientes medievales, los escenarios históricos y exóticos y la revalorización de lo lúgubre en esas obras definieron algunos de los trazos del romanticismo.
Los romances históricos de Walter Scott trascendieron las fronteras británicas. Ambientados en la Escocia medieval, ilustran la extensión de la curiosidad romántica por lo inusual, ya que Escocia era vista como un lugar salvaje, fuera de los centros civilizados, y la Edad Media, como un periodo igualmente bárbaro y distanciado en el tiempo, William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge crearon una teoría poética basada en el libre flujo de las emociones intensas y en la fantasía, que orientó la producción de John Keats, Percy Shelley y Lord Byron.
En Francia, el gusto romántico por lo salvaje y primitivo fue anticipado por Jean-Jacques Rousseau, que defendía un modo de vida natural, sin la influencia alienante de la civilización. Madame de Staël, que realizó un retrato idealizado de Alemania en De l’Allemagne (1813; De Alemania) y François Chateaubriand, cuya obra Le Génie du christianisme (1802; El genio del cristianismo) no impidió las dudas acerca de su espíritu católico, fueron considerados los primeros escritores románticos del país.
En Francia, la clasificación del vocabulario en ‘noble’ y ‘común’ – es decir, impropio para la poesía – estaba firmemente establecido, incluso en diccionarios. Los románticos, liderados por Víctor Hugo, usaban las palabras prohibidas siempre que era posible y la estrella de Hernani (1830, Théâtre Français de París), de Hugo, causó por eso un gran escándalo. Su prefacio al drama Cromwell (1827) constituyó un verdadero manifiesto literario. Entre sus principales romances se destacan Notre-Dame de Paris (1831) y Les Miserables (1862; Los miserables).
En Rusia, España y Polonia, la literatura romántica también se desarrolló. En Italia, Portugal y Estados Unidos, el movimiento tuvo un fuerte carácter nacionalista.