En las regiones cuyos ríos presentan una gran variabilidad del flujo anual e interanual, como en España, los problemas de la degradación del agua del río se agudizan en el periodo de estación seca. Esto se debe a que el caudal débil implica una disminución drástica de la capacidad de dilución de los contaminantes, es decir, la pérdida de depuración de los contaminantes contenidos en el agua. En casos extremos, como cuando ocurren sequías prolongadas, donde el caudal de agua es casi nulo (y a veces con acumulación de aguas estancadas en los sectores de débil declive), el grado de degradación alcanza niveles muy elevados, fuera de lo común.
Cabe señalar también que la retención de agua de los ríos en grandes presas implica casi siempre una reducción de caudal del río, principalmente en la época de verano.
Pero este problema se agudiza todavía más con la creciente imprevisibilidad del régimen de las aguas corrientes.
Como se sabe, los ríos son alimentados, directamente, por las lluvias, e, indirectamente, por las nacientes localizadas a lo largo de su recorrido. De ahí que los caudales se puedan mantener relativamente elevados incluso en los periodos de ausencia de precipitaciones.
Sin embargo, en las regiones de suelo desnudo, debido, muchas veces, a la deforestación, los caudales de los ríos están casi exclusivamente dependientes de la escorrentía superficial y, por tanto, de las precipitaciones.
Durante las tormentas el caudal aumenta rápidamente (dado que el suelo desprotegido tiene débil capacidad de retención del agua), pero también disminuye rápidamente cuando cesan las lluvias, porque la alimentación por las nacientes tiene poco significado, en resultado de la gran profundidad de las aguas subterráneas de las áreas adyacentes al valle fluvial.