La desertificación corresponde al proceso de transformación de una determinada región natural del planeta en desierto. La expresión significa también la desaparición de la fertilidad y de los microorganismos presentes en el suelo que garantizan la supervivencia y la proliferación de vegetales y sus habitantes, en el caso, los animales, en ese sentido provocado por la acción humana (antrópica).
A menudo, las actividades productivas no tienen en cuenta las características ambientales del lugar, como la fragilidad y limitaciones de un dominio vegetal, y en muchos casos el ecosistema no soporta la intensa explotación, generalmente las personas que viven en las mediaciones no consiguen identificar tal transformación, a veces por falta de instrucción e información o por el simple hecho de ignorar las cuestiones de orden ambiental.
El proceso de desertificación deriva paralelamente a la pérdida de fauna y flora del lugar involucrado. De una forma sintetizada lo que ocurre en ese sistema de surgimiento de desierto es la sustitución de la vegetación natural provocada por el empobrecimiento del suelo por una superficie compuesta por un elemento arenoso y desprovisto de vida.
El término fue utilizado por primera vez en Europa, especialmente en Francia, a finales de 1940, el objetivo era designar las transformaciones que ocurren en aquel momento cuando algunas zonas estaban con apariencia de desiertos y también al crecimiento de aquellos que ya estaban establecidos.
De acuerdo con la ONU (Organización de las Naciones Unidas), la desertificación exprime la destrucción de las tierras áridas, semiáridas y subhúmedas como producto directo de las alteraciones asociadas a las cuestiones climáticas y, principalmente por la intervención humana.
En el mundo se identifican cien países que enfrentan el problema. Esas pocas regiones son de características áridas, semiáridas y subhúmedas y juntos cubren un área de aproximadamente 61,3 millones de kilómetros cuadrados.