Uno de los temas e imágenes que aparecen en las películas es la realeza y sus personajes, como princesas, reinas, reyes y príncipes. Pero, ¿has pensado alguna vez por qué son tan recurrentes esas menciones a la realeza? Esa imagen está relacionada al periodo del absolutismo, un momento histórico que nos sitúa entre los siglos XV y XVIII de la humanidad, donde algunos linajes de nobles se fortalecieron hasta el punto de centralizar el poder del Estado de todo un país en las manos de una única persona gobernante, el rey.
El absolutismo fue el resultado de la formación de las monarquías nacionales desde los periodos finales de la Edad Media y consistió en el fin de la descentralización del poder detentado por los nobles dentro de sus feudos. Poco a poco, algunos linajes reales comenzaron a controlar un poder gradualmente mayor sobre otros nobles, ampliando su parte en la parte de recaudación de impuestos y ejerciendo dominio e influencia sobre los ejércitos. Para realizar ese proceso fue necesario centralizar la administración de los reinos, para el cobro de impuestos y control militar, creando para eso estructuras jurídicas administrativas.
Esta situación se consolidó entre los siglos XV y XVI, cuando se formaron cuerpos de funcionarios destinados específicamente al trabajo administrativo y jurídico, sometidos a una estructura centralizada y jerarquizada en torno a la autoridad única del rey. Una forma de legitimar esa autoridad era encontrada en la afirmación de que el poder del rey era establecido por voluntad divina. La propia Iglesia católica, la gran fuerza religiosa de la época, decía que el poder real era concedido por Dios. Con eso, la Iglesia fortalecía la creencia divina del rey y lograba privilegios a cambio, como el control de tierras y la dominación religiosa sobre los asuntos reales.
El apogeo del absolutismo tuvo lugar entre los siglos XVI y XVIII, cuando la burocratización fue reforzada por la racionalización de los cuerpos administrativos y gubernamentales. Los monarcas se fortalecieron todavía más, hasta el punto de que el rey de Francia, Luis XIV, afirmó: ‘El Estado soy yo’. Este fue el ápice de la centralización del poder del Estado en las manos de una única persona.
Además de los intereses de los reyes en la disminución del poder de los nobles, también hubo una disputa entre la burguesía y la nobleza. Los intereses de la burguesía para desarrollar sus negocios precisaban de leyes específicas y claras que abarcasen a toda la población, situación que tenía como obstáculo los privilegios nobiliarios, cuyo derecho era basado en la tradición del Antiguo Régimen. La aproximación de la burguesía con los reyes contra la nobleza era necesaria para el refuerzo del Estado en razón de la gran cantidad de impuestos que era posible conseguir con el crecimiento de los intercambios mercantiles y con la producción manufacturera.
Los principales Estados absolutistas de Europa occidental fueron Francia, Inglaterra, España y, en menor medida, Portugal.