En 1920, los científicos Oparin y Haldane, desarrollaron trabajos paralelos correlacionados, propusieron la hipótesis sobre la aparición de vida en la Tierra. A pesar de las diferencias, en síntesis, se acordó que este fenómeno habría empezado a partir de una atmósfera primitiva presente en moléculas orgánicas, posteriormente lixiviado hacia los sitios de disposición al mar mediante la combinación de las sustancias inorgánicas.
Según ambos, se produjeron en la Tierra primitiva intensos procesos volcánicos, emitiendo gran cantidad de gases (moléculas): metano – CH4, Amoníaco – NH3, agua – H20 y gas hidrógeno – H2. Suspendidos en la atmósfera, por acción de la fuerza gravitacional, aumentaron proporcionalmente la concentración, conforme las frecuentes erupciones ocurrían.
Se cree que el ambiente era bastante reductor, fruto de la inexistencia o baja concentración de gas oxígeno (O2).
En la ocasión, tras las constantes oscilaciones térmicas, la Tierra pasó por estadio de enfriamiento ocasionando las precipitaciones (lluvias), acumulando agua en las depresiones de la corteza terrestre, surgiendo calientes y rasos mares primitivos.
La atmósfera del planeta, carente de ozono (O3), fue bombardeada constantemente con la radiación ultravioleta (UV) y descargas eléctricas. Estas condiciones llevan a la agitación y energía suficiente para las moléculas suspendidas, iniciando situaciones más complejas.
Por la acción de la lluvia, las moléculas orgánicas fueron arrastradas hacia los mares que, a través del efecto climatológico, se transformó en un gran ‘caldo nutritivo’, rico en compuestos orgánicos, eventualmente formando los coacervados (unión de moléculas rodeadas del agua).
Los coacervados (un tipo de protobionte), semi-aislados, además de las reacciones químicas en sus interiores, intercambiaron sustancias con el medio. La hipótesis de Oparin y Haldane posibilitó la aparición de sistemas similares a los coacervados, evolutivamente más elaborados, probablemente constituidos por lípidos, proteínas y ácido nucleico.
